2005
Es
el bar de tapas más elegante de Jerez de la Frontera. Tiene forma de U, igual
que la esquina en la que está ubicado: el vértice estrecho en que se cruzan dos
diagonales.
La
barra de madera reproduce el trazado del bar y lo divide en dos. De un lado -cercados
por la barra- trajinan los mozos, siempre a punto de llevarse por delante unos
con otros. Del otro se amontonan los parroquianos de pie o trepados a sillas
altas. Conversan, mientras van dando cuenta de cañas, vinos, bocadillos y
raciones que apoyan junto a uno de sus codos, en el borde de la barra. Ese
borde, apenas veinte o veinticinco centímetros, es el único espacio que deja
libre el exhibidor vidriado en el que se ofrece en pequeños platos, una gran
variedad de tapas frías: boquerones en aceite de oliva, anchoas con aliño de
salsa verde, gambas, alcachofas…
Uno
va pidiendo sus bocadillos y deja correr el tiempo.
Al
fondo del local, no más de dos metros detrás de la barra, hay un muro de
ladrillos que oculta la cocina. Ese muro tiene una pequeña ventana apaisada, un
pasaplatos; demasiado bajo. Por allí van saliendo las tapas calientes que los
mozos reciben doblándose en ángulo recto y que reclaman a gritos cuando demoran
más de la cuenta.
En
El Gallo Azul la actividad es vertiginosa. Los mozos recogen las tapas
calientes que salen de la cocina, sirven las tapas frías directamente del
exhibidor de la barra, las reponen, descorchan botellas y llenan una y otra vez
las pequeñas copas. Con cada jerez o cada caña sale también un cuenco de olivas
del tamaño del cucharón de madera con el que las recogen de un tonel. Llevan la
cuenta de cada pedido en un anotador: al final arrancan la hoja y se la lanzan al
cajero que sumará el total. Van y vienen incomodándose por la falta de espacio.
Gritan el pedido todos a la vez; y lo hace cada uno, aún cuando sea él mismo quien
deba prepararlo. De modo que aquello es un enredo. Una deliciosa confusión.
¡Lo de siempre para José! ¡Dos
de gambas y una de pimientos rellenos para la cinco! ¡Los chocos fritos para
hoy, joder!! ¡Un oloroso para la rubia más guapa y un fino para su hermana! (La rubia es mi hija y su hermana, yo). Doble ración de Jabugo para la cinco… ¡ah!
y una de boquerones. ¿Qué le pongo, amigo; se ha decidio usté por fin? ¡Paco!!
¿Te han pagao a tí los de la cinco? ¡Cómo que no! ¡La madre que los parió, se
han ido!
Uno
podría pasar horas allí probando tapas y disfrutando de los comentarios, las
bromas, la conversación.
Nosotras
hubiéramos seguido allí completamente olvidadas del tiempo que pasa. Sin
embargo, a la hora de cerrar, en El Gallo Azul son implacables:
- ¡Venga señoras, que vamos a
cerrar! A ver, ¿a qué hora se levanta usté mañana?
- ¿Yo? A las nueve.
- Pues yo a las seis así que ya
vé: cuando usté despierta, yo llevo ya tres horas.
Los
pocos que aún quedaban allí se enredaron en una nueva conversación acerca de la
desgracia de levantarse temprano. Nuestro mozo, el que amanecía a las seis,
mascullaba que la culpa de todo la tenía su padre: el muy cabrón, ya que me iba a traer al mundo, me hubiera traío rico.
Entonces,
conciente de su trágico destino de andaluz, nos recomendó:
- Pueden ustedes seguirla en
cualquier sitio de los que aún deben quedar abiertos: la gasolinera, el
hospital. Lo más seguro: alguna funeraria.
Muy bueno, Ceci
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